Decir que Federer flota en la cancha, es subestimarlo—el se “morfea” instantáneamente de un lado al otro para cubrir la totalidad de la cancha.

Debido a su gracia, habilidad atlética y fluidez felina se le ha comparado con algunos de los más grandes atletas de la historia como Muhammad Ali, Michael Jordan o Zinedine Zidane.

Sin embargo, Federer tiene una ventaja sobre ellos y esta es que el exhibe esa extraordinaria movilidad en diversas superficies con muy diferentes características como lo son el pasto, la arcilla, la cancha dura, etc.

Este año, Federer ganó en Roland Garros y después en Wimbledon, hazaña sólo lograda en la historia del tenis por un puñado de tenistas como Rod Laver, Bjorn Borg y Rafa Nadal el año pasado. Lo increíble de este hecho es la diferencia entre ambas superficies, el Roland Garros jugado sobre arcilla y Wimbledon en pasto, y lo que implica en adaptación para llegar a un grado superfluo de movilidad.

Dicen que “donde hay esfuerzo, no está Dios,” y viendo la genialidad y la simpleza de un Federer, llegamos a la conclusión de su forma de moverse en la cancha debe ser un don divino.